16 de enero de 2013

En el Patio de la Casa de Pilatos

Cuentan que a principios del siglo XVI don Fadrique Enríquez de Ribera, Adelantado Mayor de Andalucía, realizó un viaje a Tierra Santa acompañado, entre otros, por el poeta Juan de la Encina
A su regreso de Jerusalén, junto a recuerdos y objetos relacionados con la Pasión, traía consigo unos misteriosos planos que, aseguraba, eran los del mismísimo palacio de Poncio Pilatos
Hasta ese momento su familia, una de las más importantes y pudientes de la ciudad, había vivido en la calle San Luis, en un viejo caserón de origen musulmán cercano a la iglesia de Santa Marina
Pero don Fadrique parecía estar hastiado de esa residencia, que echando cuentas tendría ya mas de tres siglos de antigüedad, y al poco tiempo de su regreso decidió comprar toda la manzana de casas que se encontraban entre la iglesia de San Esteban y el convento de San Leandro, ordenando su derribo. 
En el solar resultante, labró un palacio siguiendo las trazas de la residencia del aseado gobernador de Judea mientras que en el ámbito de acceso abría una plaza con la que daría realce a la espléndida portada de mármol que había encargado en Génova al artista italiano Antonio de Aprile


Estos, cuentan, fueron los orígenes de la Casa de Pilatos, uno de los palacios más soberbios e imponentes de Sevilla, en palabras de Alejandro Guichot, “una de las tres principales alhajas hispalenses, con el Alcázar y la Catedral
Pero no parece ser más que una leyenda o tradición, ya que realmente la Casa de Pilatos comenzó a construirse mucho antes, a finales del siglo XV, cuando el padre de don Fadrique adquiere las viviendas más cercanas a San Esteban, y no se terminará hasta el siglo XVII, fecha en que Juan de Oviedo concluye la fachada secundaria a la plaza. 


De lo que no hay duda es del mérito artístico, arquitectónico e incluso botánico de este Palacio, un edificio tan impresionante que sería imposible condensarlo en una única entrada de Sevillanadas, por lo que iremos desgranándolo poco a poco. 
En esta ocasión nos centraremos en el espacio entorno al que se organiza todo el conjunto: el Patio Principal


Entrando a través de la portada que labrara Aprile en 1529 se tiene acceso al Apeadero del Palacio, un patio de aspecto sobrio y sencillo con pavimento de chino lavado, similar al de la propia plaza de Pilatos
En uno de los muros que lo cierran, justo al lado del nicho donde se encuentra la original cabeza del Rey don Pedro, se abre una bellísima puerta enmarcada por ricas yeserías y un zócalo de azulejos policromados que se cierra con un meritorio cancel de forja
Este precioso conjunto, que contrasta con la sencillez del Apeadero que estamos a punto de dejar atrás, es como un presagio o anticipo de lo que nos espera al avanzar hacia el siguiente espacio donde, a modo de imán, somos atraídos por un haz de luz y el murmullo de una fuente incansable y eterna. 


Ahora sí, estamos en el Patio Principal de la Casa de Pilatos


Como decíamos antes, entorno a este Patio se organiza el Palacio, siendo sin duda su elemento principal, al menos en lo que a estancias exteriores se refiere. 
Joya arquitectónica donde se entremezclan, entre otros, los estilos mudéjar y plateresco, destaca la ausencia de colorido frente a lo exuberante de su decoración
Y es que no estamos en el típico patio de arrayanes y jardincillos; aquí la vegetación se ausenta, residiendo la belleza en la arquitectura, en la escultura, en la pintura… en definitiva, en el arte


De planta cuadrada, rodean el Patio 45 columnas de mármol blanco que sustentan otros tantos arcos de medio punto ornados hasta la exageración, donde los maestros de obra y alarifes de la época no descuidaron detalle alguno a la hora de recargarlo con todo tipo de motivos geométricos y florales, principalmente. 


En el centro la Fuente, corazón del Patio y del mismo Palacio
Una Fuente sencilla, como si quisiera apaciguar la exuberancia de yeserías y arabescos que la circundan con su simpleza, rematada por el busto del dios Jano, el de las dos caras y una única función: dotar al lugar del relajante y eterno murmullo del agua


En las cuatro esquinas se alzan, imponentes, otras tantas estatuas de gran alzado, tanto que uno no sabe si su función es decorar o más bien vigilar que el salpicar de las gotas de agua sea siempre limpio, claro y cristalino. 
Dos veces la diosa Palas Atenar, una musa y la bellísima talla de Ceres ponen cara y forma a estas esculturas que, a veces, se entremezclan con los visitantes como si quisieran confesarles algunos de los muchos secretos e historias vividas sobre las blancas baldosas del Patio


Abandonamos el Patio, el rumor de la Fuente, las estatuas... para pasar a las galerías perimetrales que se encuentran tras las yeserías mudéjares de las arcadas. 
Y una vez más, llegan los contrastes
Así, de la claridad sin paliativos llegamos a la penumbra, a una luz tamizada por la sombra que proyectan los arcos de medio punto sobre las mismas baldosas que antes pisábamos. 


Curioso como, en apenas dos pasos, sin necesidad de paredes ni muros, hemos pasado de una auténtica locura para nuestros sentidos hasta la tranquilidad más absoluta, al sosiego, a una paz acentuada incluso por banquetas que invitan al descanso y quizás a la reflexión


Los muros laterales de estas galerías se revisten hasta una altura de casi tres metros por azulejos policromados de distintos tipos y motivos, una amalgama de formas geométricas y colores que dan movimiento al conjunto. 
En su parte superior, donde la cenefa muerta ha dado paso a un sobrio y delicado estucado, se abren veinticuatro nichos que alojan a otros tantos bustos de emperadores romanos, además de Carlos V y Cicerón
Señalar que durante siglos las decisiones y el gobierno de Sevilla estaba encomendado a un consejo formado por los caballeros veinticuatro, algo que seguramente influyó mucho en esta decoración


Escultura, arquitectura y pintura van así, una vez más, de la mano en este Patio, dándole cierre y forma, como si fueran guardianes de su belleza y quisieran evitar que escapara y se perdiera para siempre. 
Tan sólo algunos huecos se abren en estos muros laterales....


Huecos que dan forma a puertas con canceles de bellísima factura y ventanales que parecen haberse inspirado en un sueño
Huecos que anticipan estancias donde los zócalos y las yeserías parecen dar una vuelta de tuerca a su exuberancia
Huecos que prometen Jardines donde la luz y el color volverán a cobrar protagonismo. 

Pero esa es otra visita y será contada en otro momento.



2 comentarios:

  1. Juan Sainz Márquez17 de enero de 2013, 17:58

    ¡Muy buena esta entrada y fantásticas las explicaciones que en ella se vuelcan! La Casa de Pilatos es, paso a paso y en su conjunto, una inimitable obra de arte, que no podía estar sino en la inigualable Sevilla.
    Muchas gracias, Sergio.

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    1. Totalmente de acuerdo, Juan.
      Desgraciadamente también es poco conocida para mucha gente...
      Un abrazo!

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Comentarios: