30 de julio de 2012

La Reina Sevillana de LolaLand. Parte II

Dejábamos en la primera parte a nuestra Lola Montez triunfando en el Covent Garden londinense con el público, mayoritariamente el masculino, a sus pies. 
Sin embargo ella no está satisfecha, sólo ha conseguido una ínfima parte del primero de sus objetivos, se podría decir que ni siquiera ha arrancado.
Porque la ambición de la joven muchacha de origen irlandés y recién estrenada cuna sevillana no tiene límites ni freno. Es consciente de sus posibilidades, de sus virtudes, de su atractivo y, lo más importante, de sus defectos
Como sus dotes artísticas son escasas ya que apenas sabe bailar, menos aún flamenco, decide sacarle partido al más evidente de sus activos, que no es otro que su inigualable belleza, y poco a poco va introduciendo elementos de corte sensual en su número, que unido a su indudable atracción personal la llevan a arrasar en las tablas. 
Y así crea un baile que será la sensación de la época: la Danza de la Araña, una especie de striptease en el que se va quitando la ropa conforme encuentra pequeñas arañas de goma introducidas previamente en algunas zonas estratégicas de su vestimenta. Todo ello a ritmos flamencos, que para algo había sido discípula del Paquiro
El baile terminaba con la Montez en ropa interior si era cara al público o completamente desnuda cuando se daba en privado, rematando normalmente estas últimas actuaciones con la que dicen era otra de sus habilidades, por no decir la principal: esa que sólo podía darse en la intimidad de la alcoba

Lola Montez y su "Spider Dancer"

Según contaba un escritor de la época, la Montez podía “realizar milagros con los músculos de sus partes privadas. Por ello no es de extrañar que por su cama pase en pocos años lo mas granado de la Europa de mediados del XIX, desde escritores como Alejandro Dumas a músicos de la talla de Franz Liszt o al mismísimo Nicolás I, zar de todas las Rusias
Aunque su más memorable y recordada conquista fue el rey Luis I de Baviera, un simpático sesentón que perderá totalmente la cabeza por la exótica bailarina y, a la postre, el mismo reino
El bonachón monarca, padre de nueve hijos, enferma de mal de amores por la “andaluza de Sevilla”, a la que colma de regalos, nombra condesa de Landsfeld e incluso regala un palacio, generando un monumental enfado entre sus súbditos bávaros, que lo obligan a abdicar a favor de su primogénito Maximiliano en febrero de 1848
Sin trono ni reino, el pobre Luis ya no sirve de mucho a nuestra Lola, que no tiene inconveniente alguno en abandonarlo para buscar un nuevo objetivo que colme su insaciable ambición
Inicia entonces un largo periplo por distintos países de la vieja Europa: primero Suiza, después Inglaterra, Francia, incluso aparece por España, hasta que decide cruzar el charco y probar fortuna en la tierra de las oportunidades, los jóvenes Estados Unidos, una nación donde una persona con su talento e intenciones podría hacer fácilmente fortuna a poco que tuviera algo de suerte. Y de momento ésta nunca le había faltado. 
Lola no se anda con chiquitas, apuesta fuerte de inicio y marcha a California, al salvaje y lejano Oeste, que entonces estaba en plena efervescencia por la fiebre del oro, abriendo un saloon en la pequeña localidad de Grass Valley
Allí depurará su famosa Danza de la Araña y, de paso, entrará en contacto una vez más con las personalidades mas importantes de la región, a los que engatusa para variar y en los que pretende apoyarse para lograr el plan definitivo que colmaría de una vez por todas sus delirios de grandeza: independizar California de los Estados Unidos y llamarla Lolaland
Entonces se proclamaría reina del nuevo estado, otra vez reina, desquitándose la mala experiencia vivida 5 años atrás cuando tuvo que abandonar Baviera y a Luis I, poniendo al fin colofón a todas y cada una de sus aspiraciones

Una de las pocas fotos que nos han llegado
de Lola Montez en 1851, a la edad de 33 años

No hace falta decir que fracasó en su empeño, por ser una locura y porque su estrella dio un inesperado giro. Las cosas empezaron a ir mal para la otrora irresistible “andaluza de Sevilla”, que intenta incluso otra aventura en Australia, pero ahora la suerte le es esquiva. 
Su atractivo físico empieza a diluirse por los efectos de la sífilis y de la vida tan ajetreada que había tenido. Lola busca en las calles de Nueva York su último refugio, intentando en vano sacar provecho a su ahora marchita belleza con un libro llamado “El Secreto del cuidado Personal”, donde proponía remedios caseros para cuidar la estética femenina como cubrir la cara con despojos de ternera fuertemente atados para evitar las arrugas, pero nada sale ya bien. 
Peor aún: todo se va acabando. Las enfermedades hacen mella en su otrora envidiable salud, los antiguos excesos empiezan a pasar factura y esta experiencia como escritora será a la postre una de las últimas oportunidades que tendría de aferrarse a la vida, eso que había exprimido hasta el máximo en sus años de gloria y que se le escapaba definitivamente el 17 de enero de 1861 en una casa de indigentes de Nueva York
Una neumonía había acabado con una de las mujeres más deseadas de la época cuyo cuerpo, curiosamente, nadie reclamaba ahora. 
La bailarina indomable e irresistible era enterrada humildemente en el cementerio de Greenwood tras una sencilla lápida en la que, curiosamente, se leía “Sra. Eliza Gilbert / Muerta el 17 de enero de 1861”
Fruto de la casualidad o en cumplimiento de una última voluntad donde se reflejaba claramente su personalidad, según este epitafio la muerte se había llevado a esa delicada muchacha irlandesa que 20 años atrás recorriera las calles de Sevilla, pero no a Lola Montez
La andaluza del internado parisino, la hija del matador de toros, la estrella del Teatro Real, la bailarina exótica y más sensual de la época, guardiana de los secretos de alcoba de las principales personalidades de Europa, la mujer que hizo a un Rey perder el trono y a un Zar parte de su fortuna, no había fallecido, seguiría viva para siempre, aunque fuera dentro de la historia… y también de la geografía

Lola Montez Lake,
de la página de Panoramio de Ryan Weidert

Así la figura de nuestra Lola inspirará libros, películas, canciones, leyendas, incluso bailes, y, lo más curioso, será recordada eternamente en California, ese estado donde una vez quiso reinar
Y no porque pasara a llamarse Lolaland, esa quimera inalcanzable propia de una mente cuya ambición no conocía límites, sino porque en su honor se bautizó un pequeño lago del Condado de Nevada: el Lola Montez Lake

Ahora, cuando ha pasado más de siglo y medio, desde la distancia en tiempo y espacio, es bonito pensar que las noches en que está despejado, con suerte, quizás se refleje en las aguas del lago la misma luna que podemos ver en el cielo de Sevilla, ese cielo al que, seguramente, pidiera tantos deseos esa bella muchacha irlandesa que quiso aprender flamenco en la academia del Paquiro.

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