Malos tiempos para la Sevilla de los proyectos faraónicos, la de los edificios estelares firmados por arquitectos estelares que, a imagen y semejanza de lo ocurrido en Bilbao con el llamado efecto Guggenheim, deberían sacar a la ciudad del letargo en que se halla sumida desde hace años.
La fórmula no es nueva por estos lares, de hecho podíamos haberla patentado siglos atrás con aquel “fagamos una iglesia tal e tan grande que los que la vieren nos tomen por locos” pronunciado durante la construcción de la Catedral, obra faraónica para su tiempo como lo fue antes la Giralda o según se cuenta lo fueron los dos palacios que los herederos de Julio César dejaron en las inmediaciones del Corral del Rey. El mismo Aníbal González tuvo sus delirios egipcianos en la Basílica de la Inmaculada Milagrosa a los pies de la Buhaira.
En esta ocasión, pese a todo, había algo novedoso y es que la intervención faraónica no se limitaría a un único, caro y brillante edificio, sino que poco menos que se insertaba todo un Valle de los Reyes de golpe y porrazo en la trama urbana hispalense.
Por iniciativa pública o privada, pero siempre con el beneplácito de la, en cuestiones de poco calado siempre inflexible, Gerencia de Urbanismo, aterrizaban en San Pablo los Jürgen Mayer, Zaha Hadid o César Pelli con el objetivo de rescatar una ciudad que desde la última Exposición Universal estaba quedando cada vez más atrasada respecto a otras urbes españolas como Valencia, Bilbao o Zaragoza.
Y así llega la modernidad a Sevilla, que lo primero que hace es sumar a su tradicional bipolaridad dos nuevos bandos: los todomegusta y los nadamegusta. Ipso facto, la clase política se alinea, los periodistas se alinean, los ciudadanos se alinean, todo el mundo se alinea y pim, pam pum, comienza la batalla: primero de forma dialéctica en los medios de comunicación afines a cada bando para después pasar a la artillería pesada de los juzgados.
Es ahí donde se cobra la Sevilla faraónica la primera de sus bajas, la Biblioteca de hormigón que perpetuaría eternamente la gloria del Rector en el Prado de San Sebastián. La Sevilla del nadamegusta enarboló la bandera de la ecología y aferrándose a los árboles arrancados de un parque con poco mas de diez años de vida logró tumbar un proyecto nada más y nada menos que de Zaha Hadid, una de las arquitectas mas prestigiosas de nuestro tiempo que seguramente estará en estos momentos llorando su desdicha en algún escondido rincón del planetaTierra. Eso está claro…
Otro juicio, el de la UNESCO, tuvo que sortear el obelisco faraónico que en Puerta Triana se levantaría a la gloria eterna de Cajasol: la torre Pelli.
Una nueva contradicción de esta bendita ciudad, que observa como una caja catalana, La Caixa, pondrá en valor (o al menos lo tiene proyectado, que hasta el rabo todo es toro, y mas por estos lares) una de sus joyas patrimoniales abandonadas, las Atarazanas, mientras la banca local se empeña en desdibujar la que venía siendo su tradicional silueta desde que a los almohades les diera siglos atrás por levantar el alminar más alto del mundo.
Seguramente la Sevilla del todomegusta tendrá ya comprados los fuegos artificiales para lanzarlos desde el mirador de la Torre que nos meterá de lleno en la modernidad, del rascacielos sobre el que se cimentará el Manhattan cartujano, la Défense del Sur de Europa, de ese edificio mágico que además de dar puestos de trabajo no tendrá impacto alguno sobre el difícil tráfico de la zona y, lo que es más maravilloso, ni siquiera sobre el paisaje urbano hispalense. Será porque va a ser de cristal, que la hará transparente…
Precisamente hoy se ha conocido el veredicto que, hasta próximo imprevisto, prolongará las obras del Metropol Parasol, las populares Setas de la Encarnación, personalmente el proyecto que más me agradaba de esta hornada faraónica al ser el único que resolvía verdaderamente problemas reales de la ciudad, recalco la negrilla de ese reales.
Errores de proyecto, fallos técnicos, desfases, intervenciones de última hora… toda excusa vale para casi duplicar el presupuesto inicialmente previsto para concluir las obras, una absoluta aberración en estos tiempos de crisis que cada uno sortea como buenamente puede.
Las posibles soluciones tampoco es que invitaran al optimismo: o se demolía lo ejecutado, lo cual desacreditaría completamente a la ciudad ante la opinión pública aunque no dejaría de ser una cura de humildad para sus responsables; o se continuaba hasta el final (ejem, repito ese hasta el rabo todo es toro…), que es por lo que finalmente se ha optado, una de esas decisiones que sólo pueden pasar por la cabeza de los políticos, ya que cualquier hijo de vecino en esa situación seguramente le buscaría un desenlace más económico al asunto.
Es el camino que yo habría tomado: buscar otra solución a las Setas. Y es que teniendo en cuenta que las obras del Antiquarium, la Plaza y el Mercado, tres de los cuatro puntos del proyecto, ya están bastante avanzadas y podrían concluirse dentro de un presupuesto y plazos coherentes, se podría haber hecho un concurso de ideas para darle una nueva respuesta formal a los postes de hormigón que en la actualidad se levantan sobre la Encarnación.
Nueva respuesta formal que tuviera un presupuesto inferior, cerrado y que permitiera su ejecución con el Mercado en funcionamiento para no dilatar más la espera de los placeros, ya que evidentemente concurso y licencias supondrían un nuevo parón a las obras pero, ¿quién asegura que los nuevos plazos tras esta ampliación son definitivos?
Sea como fuere, la suerte está echada, 30 millones de euros vuelan hacia la Encarnación y esperemos que, como decía Juan de la Cosa, ésta sea "la refinitiva". Por nuestro bien.
Y por nuestro bien que, al menos en los próximos años, se tome buena nota y los presupuestos faraónicos se diluyan como un azucarillo por el resto de la ciudad, que falta le hace. Quizás peque de demagogo, pero con estos 30 millones y, por ejemplo, lo invertido en el Estadio Olímpico (obra cumbre de la anterior Dinastía que se estima en unos 120 millones), podríamos haberle ganado algunas horas a los atascos de tráfico. Incluso días…