31 de julio de 2008

Entrevista en Punto Radio Sevilla


Aunque, según la línea que llevaba marcada estas últimas semanas, tocaba la tercera entrega de las aventuras y, sobre todo, desventuras de nuestra sufrida Plaza de la Encarnación, voy a permitirme marcar un paréntesis en esta serie ya que esta mañana he tenido el inmenso honor de ser entrevistado en Punto Radio Sevilla (93.0 FM), momento que me gustaría compartir con todos vosotros.

En el programa “Protagonistas Sevilla” el buen hacer de Fernando García Haldón, Teresa Puig y Carlos Ortiz ha conseguido que el saco de nervios en que estaba convertido a las 13:15 el que suscribe estas líneas consiguiera engarzar comentarios mas o menos coherentes (o eso creo yo), un verdadero milagro teniendo en cuenta el inicio de la entrevista que he dado (se ve que uno no tiene muchas tablas en el asunto…)

Sin más dilación, aquí dejo la entrevista completa:

Aunque me repita una vez más, muchas gracias no solo por hacer un hueco en su fantástico programa diario a este rincón de la blogosfera sevillana, sino sobre todo por llevar éste y otros espacios de amigos blogueros enamorados de nuestra ciudad más allá de la pantalla del ordenador.

Por supuesto, tenemos pendiente una quedada.

24 de julio de 2008

La Plaza de la Encarnación; 2ª Parte: El Mercado

Continuamos con este repaso histórico a la Plaza de la Encarnación, centrándonos esta vez en la etapa comprendida entre la primera década del siglo XIX, coincidente con la ocupación napoleónica de la ciudad, y el año 1973; un período de casi doscientos años en el que la plaza se configura definitivamente como tal dentro de la trama urbana de la ciudad y la mayor parte de su espacio será ocupado por un inmenso mercado de abastos. Pero no adelantemos acontecimientos.

Dos meses después de instalarse el duque de Dalmacia, Jean de Dieu Soult, en el Palacio Arzobispal se firmaba un Decreto a nombre de José I Bonaparte en cuyo primer artículo, literalmente, se podía leer:

Artículo 1º - Se formará una plaza pública en el terreno que ocupa la manzana comprendida entre las plazas de Regina y de la Encarnación.”

Poco más que decir… Se derriba el convento de la Encarnación, siendo trasladadas sus monjas al antiguo Hospital de Santa Marta, donde aún hoy día reside la orden. El resto de la manzana, que se había segregado en diversas casas y palacios, es demolida también previa indemnización de sus inquilinos, algunos tan ilustres como el duque de Alburquerque.

La idea era crear un inmenso espacio central a modo de Plaza Mayor en el corazón de la ciudad desde el que partieran todas las calles periféricas; pero la escasez de fondos y el cariz contrario a los intereses napoleónicos que había tomado la Guerra de la Independencia motivaron que solo se hiciera la demolición de esta manzana, quedando suspendidos los trabajos restantes de limpieza y desescombro. De esta forma, cuando los franceses abandonan la ciudad, la plaza es un inmenso montón de escombros que se tardó varios años en limpiar.

De hecho, se tomaron medidas tan curiosas como que cada persona que entrara en la ciudad se debería de llevar una parte de dichos escombros, lo cual motivó la acumulación de residuos a las afueras de la ciudad, ya que evidentemente nada mas pasar la muralla estos desechos eran depositados en el primer lugar que viniera a mano.

En definitiva, por obra y gracia de los franceses la ciudad se encuentra en la segunda década del siglo XIX con un solar vacío de cerca de 25.000 m2 sin ningún tipo de uso. De nuevo, la historia vuelve a repetirse.

Afortunadamente, en esta ocasión se tardó poco en buscar una solución al problema, ya que el Ayuntamiento, una vez limpia la parcela, decidió ubicar en él un mercado de abastos que paliara las necesidades de la ciudad.

Y es que en ese momento Sevilla no contaba con un punto fijo de ventas, sino que el comercio se esparcía por las distintas calles y plazas, tal y como se hacía desde el medievo. La ciudad no era precisamente un modelo de higiene y salubridad, y por sus calles y plazuelas se vendían todo tipo de productos y alimentos; desde el pescado en la Plaza de la Pescadería, las legumbres en la calle Herbolarios o la carne en la Plaza de la Alfalfa.

La mayor parte de las veces esta venta era ambulante, y al ser al aire libre, se pudrían rápidamente los alimentos (lo cual era ayudado, como no, por nuestra climatología), con lo cual las condiciones higiénicas dejaban mucho que desear y, en ocasiones, suponían graves problemas para la salud de los ciudadanos.

Si a ello unimos la dificultad que tenía el Ayuntamiento para cobrar tributos y tener controlados a los vendedores por no estar ubicados en un sitio concreto, se puede comprender que la necesidad de crear un mercado de abastos en la ciudad era indudable. Y por ello, y sin que sirva de precedente, se crearon dos: uno en Triana, en el antiguo Castillo de la Inquisición; y otro en pleno centro de la ciudad, en el recién creado solar de la Plaza de la Encarnación.

Evidentemente no todo fue coser y cantar; tras muchos proyectos y sesiones del Cabildo, por fin “el martes primero de agosto de 1820 empezó a establecerse el Mercado Principal de Abastos en la nueva plaza de la Encarnación” según cuenta don Joaquín Guichot.

El flamante mercado estaba realizado en madera de pino según un proyecto presentado por Cayetano Vélez en 1814, pero no tuvo una larga existencia, ya que en 1831 era demolido y sustituido por otro de ladrillo construido bajo la dirección de Melchor Cano, aunque una serie de problemas y complicaciones provocan que el Mercado no se pueda dar por finalizado hasta 1837, e incluso hasta 1842 no se concluyeron algunas obras como la zona que podríamos denominar de “dirección” (el Juzgado del Mercado).

Se trataba de un inmenso edificio rectangular que abarcaba la plaza en su totalidad, desde la calle Dados (Puente y Pellón) hasta el Convento de Regina, que a duras penas subsistía aún; los puestos y las tiendas se encontraban repartidos por su perímetro, contando con un gran espacio central en el que se encontraban puestos de carácter mas efímero alrededor de la vieja fuente renacentista que sobrevivía de la antigua Plaza de don Pedro Ponce. Al enorme mercado se accedía por 8 puertas, 3 en cada lado largo (que coincidía con las antiguas calles del Correo y del Aire; y 1 puerta en cada lado menor, esto es, a la calle Dados y a Regina.

Fantástica vista aérea del Mercado en los años 20.
Archivo Sánchez del Pando

El Mercado de la Encarnación es uno de los primeros pasos dados por la ciudad para su entrada definitiva en la modernidad. La preocupación por la higiene, por la salud, por el urbanismo, por la industria… Sevilla empezaba a engancharse poco a poco al carro de los nuevos tiempos, de la revolución industrial, de los avances tecnológicos, de la edad contemporánea.

Paradójicamente, este progreso en base al cual se había creado el mercado se convierte, con los años, en uno de sus principales enemigos. Y es que, vistas las ventajas de concentrar los puntos de venta en un único espacio, se crean nuevos mercados a lo largo de la ciudad, como el de Entradores, el del Postigo del Aceite o el de la calle Feria. De esta forma, el inmenso edificio de la Encarnación perdía importancia y valor dentro de la ciudad.

Pero el principal escollo que tuvo que sortear fue sin duda el urbanístico; en 1895 José Sáez y López elabora el Proyecto General de la Capital en el que, entre otras cosas, propone crear dos grandes ejes de comunicación en la ciudad que se cruzarían en el centro, al estilo de las antiguas ciudades romanas (Cardus y Decumanus cruzados en el Foro).

Uno de estos ejes, el que comunicaría la Puerta Osario con Plaza de Armas, tenía entre sus peculiaridades que dividía en dos partes el Mercado. Para más inri, sería el único de los dos en ejecutarse (solo una parte, como siempre que se hace algo en esta ciudad). La sentencia estaba dictada y en 1948 Pedro Bidagor derriba la mitad sur del Mercado para posibilitar la continuación de dicho eje entre Laraña e Imagen., construyéndose en el espacio que sobraba la actual Plaza, de forma circular en cuyo centro se situó la vieja fuente que adornaba el Mercado. Afortunadamente, la creación de ese eje se frenó en la Plaza del Duque, ya que de lo contrario la escabechina que se habría producido en Alfonso XII hubiera sido tremenda a buen seguro.

La ciudad cambiaba muy deprisa, quizás demasiado para un lugar que nunca tuvo clara su identidad: el dichoso decreto que había acabado con San Miguel y Santa Lucía se llevaba también por delante Regina Angelorum, irrumpía de forma triunfal en la ciudad el tranvía, que viniendo de Imagen bordeaba el mercado por la calle del Aire, José Gestoso y Correo para salir de nuevo a Laraña; se ensanchaba la calle Imagen en 1955 y los viejos palacios y casas señoriales que hacían la fachada de la plaza eran demolidos y sustituidos por otros edificios de dudosísimo gusto y, en ocasiones, de pésima estética.

En uno de estos cambios, por un cúmulo de circunstancias y factores que iban desde el mal estado de conservación del edificio hasta la necesidad de cambiar unas instalaciones que se habían quedado anticuadas, se demuele definitivamente el mercado en 1973, siendo trasladado a unas instalaciones provisionales en el extremo Norte de la plaza, el mismo lugar donde siglos antes se encontraba la primitiva Plaza de Regina.

Una vez más, la Plaza de la Encarnación había quedado reducida a un inmenso solar. La historia volvía a repetirse.

17 de julio de 2008

La Plaza de la Encarnación; 1ª Parte: Los Orígenes

Si hay en Sevilla un lugar que tenga una historia controvertida y compleja ese es, sin duda, la Plaza de la Encarnación. Desde sus orígenes, se puede decir que esta plaza está continuamente “refundándose” a sí misma, en un proceso de autodestrucción y regeneración constante.

Con la Encarnación pasa como con los comercios que creemos que están situados en un lugar privilegiado, creemos que lo tiene todo para triunfar, creemos que no va a tener ningún problema para asentarse y consolidarse por muchos años; pero que por un motivo u otro, al final no funciona y termina cerrando o cambiando de dueño; algo parecido ocurre con esta plaza que, aún teniendo un emplazamiento excepcional y estando situada en el centro geográfico del casco histórico de Sevilla, nunca acaba de tomar una forma y una personalidad definitiva, de asentarse en la vida cotidiana de la ciudad por sí misma, como por ejemplo han logrado la Plaza del Salvador o la del Duque.

La Encarnación es un conjunto de parcelas de muy diversa procedencia que, por distintos y diversos motivos, se han ido añadiendo y segregando para dar lugar al inmenso espacio que conocemos hoy y que, durante bastantes años, ha sido uno de los mayores solares vacíos dentro de un casco histórico existentes en Europa.

Son dos conventos femeninos de herencia renacentista los que dan origen a este inmenso espacio urbano. Al Norte, el Convento de Regina Angelorum, con su pequeña plazoleta medieval que aún hoy día puede distinguirse en las trazas irregulares de los edificios que conforman la esquina de la entrada a las instalaciones provisionales del mercado; al Sur, el Convento de la Encarnación, al que estaba asociado otra pequeña plazuela que ocuparía casi la mitad de la plaza que hoy día (bueno, desde 1973) podemos disfrutar.

Entre ambos conventos, dos grandes casas-palacio configuraban una manzana totalmente cerrada que, como se puede ver en el Plano de Olavide, apenas destacaba dentro de la trama urbana de la ciudad.

Dentro de los límites amurallados de Híspalis, el inmenso solar de la Encarnación es uno de los primeros lugares en ser poblados de la ciudad, tal y como pudimos ver en las excavaciones que se han realizado en los últimos años. Aunque a decir verdad, por el hecho de estar alejado del Foro y de los centros neurálgicos de la Sevilla romana, no es que fuera una zona de mucha importancia, más aún teniendo en cuenta que era la frontera mas septentrional de la ciudad.

Lo mismo pasaba en época musulmana; a pesar de ser una zona poblada e integrada dentro de los límites de Isbilya, no tenía apenas peso e importancia en la vida de la misma, siendo básicamente un barrio residencial. Tan sólo la proximidad del palacio taifa de Al-Mukarram, que se cree estaba ubicado más al Noreste, elevó la importancia residencial de la zona, que se consolidó definitivamente con el aumento del perímetro amurallado hasta el río, pasando de ser la periferia a una de las partes mas céntricas de la ciudad (no en vano, el centro geográfico de la Sevilla amurallada se ubicó en La Venera, actual calle de José Gestoso).

La conquista cristiana fue fundamental para el desarrollo de la Encarnación y los solares que la conformarían, ya que numerosos nobles y caballeros se establecieron en la zona; de esta forma, recibió el nombre de barrio de Morillo en honor de uno de los caballeros (Aznar Morillo) que acompañaron a San Fernando en la toma de la ciudad, mientras que la calle Regina pasó a denominarse Zúñiga en honor de d. Álvaro de Zúñiga, duque de Béjar.

Tan grande fue el arraigo nobiliario que alcanzó la zona (aún quedan algunas casas-palacio en la vecina calle Cuna), que en ella se establecieron buena parte de las principales familias sevillanas, pasando a denominarse como Plaza de don Pedro Ponce, en honor al ilustre duque de Arcos, que tenía en ella su residencia.

A uno de estos nobles, el veinticuatro Melchor del Alcázar, compró el Ayuntamiento unas casas en 1587 para ensanchar la calle Compañía, actual Laraña (llamada así porque en ella se encontraba la Casa de la Compañía de Jesús (actual Facultad de Bellas Artes, cuya iglesia era la Anunciación)) y sobre todo con la finalidad de que “dexen por plaça todo lo que fuere pusible”.

El resultado de estas actuaciones fue la creación de un gran solar fruto de las demoliciones que, por desidia del Ayuntamiento, se quedó vacío durante varios años (como vemos, la historia se repite…siglos después) hasta que algunos de los ilustres vecinos de la collación como doña Catalina de Ribera o doña Beatriz Lasso de la Vega elevaron sus quejas a las más altas instancias, momento en que se adecentó la zona y se creó una plaza, la Plaza de don Pedro Ponce.

Ésta ocupaba casi la mitad de la actual Encarnación que hoy conocemos (me refiero a la plaza que hoy día podemos disfrutar hasta que se terminen las “setas”, es decir, sin contar el solar del antiguo mercado), abarcando el rectángulo que quedaría de prolongar Puente y Pellón (antigua Dados) hasta la calle Imagen, es decir, la zona sureste.

Es curioso porque la otra mitad de la actual plaza, que paradójicamente era la parte que se quería ampliar según el proyecto de ensanche de la calle Compañía, quedó ocupada por parte del Convento de la Encarnación de Religiosas Agustinas, actuando de tapón de dicha calle y cortando su tráfico natural con Imagen (tal y como ocurre en la actualidad).

Y es que en 1591, por orden testamentaria de don Juan de la Barrera, se funda este convento que es cerrado para la clausura en 1602. No queda en la actualidad ningún resto que atestigüe la existencia de este inmenso complejo religioso que abarcaba hasta la mitad del actual solar en obras. Más de 7.000 m2 repartidos en dos claustros, una iglesia con fachada a la plaza y diversas y variadas estancias que hacían posible la vida de recogimiento de sus moradoras.

Al Norte, como se ha referido anteriormente, se encontraba otra plaza de trazas mas irregulares, pero mucho más antigua, la de Regina.

El nombre de dicha plaza proviene de un antiguo colegio fundado en 1521 por doña Guiomar Manrique de Castro para las monjas dominicas, aunque estuvo poco tiempo bajo esta advocación, ya que en 1553 los marqueses de Ayamonte lo cedieron a los Padres Dominicos, que se establecieron definitivamente entre sus paredes.

Regina Angelorum era uno de los principales conventos de Sevilla, no en vano contaba con importantes obras de arte de artistas de la talla de Murillo o Pedro Roldán. Ubicado en la esquina de la calle José Gestoso (antigua calle Venera) con Regina, ocuparía parte de esta calle (que se ensanchó una vez demolido el convento) y el edificio de viviendas que actualmente se encuentra abandonado. La primitiva plaza de Regina estaría situada en el ensanche que hoy día es la puerta del mercado “provisional”.

Entre Regina y Encarnación, comunicadas por las calles del Aire y del Correo, dos casas-palacio colmataban el inmenso solar, creando con el convento agustino una gran manzana que permanecerá inalterada hasta el siglo XIX, fecha en que todo, una vez más, volverá a cambiar para siempre.

Y es que el 1 de Febrero de 1810 entraba en Sevilla el Mariscal Soult y, como hemos podido ver en anteriores ocasiones, siempre que este personaje se encontraba por medio, ya nada volvería a ser lo mismo…

13 de julio de 2008

La Piedra Llorosa (y II)

Estamos todos de enhorabuena: la hasta ahora olvidada Piedra Llorosa ha entrado a formar parte de la historia viva de la ciudad y, por fin, ha dejado de ser una anécdota guardada en la memoria de los que habíamos leído o escuchado las desventuras de ese grupo de jóvenes que se alzó hace mas de 150 años contra la reina Isabel II.

Junto al viejo sillar de piedra que durante siglos se marchitó a los pies de San Laureano, el Ayuntamiento colocó la semana pasada una placa en la que se perpetuará el recuerdo de García de Vinuesa, ese alcalde que, desconsolado, no pudo hacer nada para impedir el fusilamiento de sus vecinos.

La noticia, como era de esperar, ha tenido bastante repercusión en los distintos medios de comunicación hispalenses: televisiones locales, radio, prensa escrita… sin embargo, de entre todas esas referencias, hay una que especialmente me gustaría compartir en esta entrada, en primer lugar por la gratísima sorpresa que me supuso descubrirla (bueno, a decir verdad, casi que fui “invitado” a descubrirla); después por el orgullo sentido al leerla mas tranquila y reposadamente; y ahora por la agradable sensación de gratitud que me queda al recordarla; me refiero concretamente a la misiva aparecida en la sección Cartas al Director (página 4) en la edición del Correo de Andalucía del viernes 11 de Julio que traslado a continuación:

Ayer tuvo lugar en Sevilla un acto inaugural que para muchos ciudadanos ha pasado desapercibido, aunque en esta ocasión la prensa local sí se ha hecho eco del mismo. Hablo de la inauguración de la placa en La Piedra de San Laureano o Piedra Llorosa.

En 1852, el alcalde de la ciudad, García de Vinuesa, se sentó en este sillar de mármol a llorar el fusilamiento de 82 jóvenes hispalenses que se habían alzado contra Isabel II. Para muchos esta piedra solo era un pivote frente a un paso de peatones, pero al fin hoy se ha hecho lo mínimo que se debía hacer y han colocado la antes mencionada placa para que esta historia no caiga en un olvido tan profundo.

No hace falta decir que nuestra ciudad atesora raudales de historia, debido al paso de diferentes civilizaciones, religiones, personajes grandes y pequeños que dejaron huellas; pero Sevilla también peca de desagradecida y olvidadiza, tal vez porque es mas cómodo caer en el tópico o en lo mas favorable para este bendito turismo del que tantos viven, y por eso hasta hoy no ha sido interesante una placa junto a una piedra de mármol. Y de hecho para muchos esta placa será totalmente indiferente, pero sin embargo para otros significa algo. Yo misma habré pasado mil veces junto al sillar sin fijarme en lo mas mínimo; pero tengo un amigo que me mostró esta historia, y que mediante sus virtuales palabras en un blog reclamaba algún tipo de reconocimiento para La Piedra Llorosa.

Y cosas de la vida, esta mañana, sin esperarlo, me encontré con esta noticia. Sevilla ha saldado una vieja deuda con García de Vinuesa, con 82 jóvenes y con su propia historia, pero tal vez para mi sea significativo el hecho de que la saldará con esos ciudadanos que aman la ciudad con sus virtudes y defectos, esos que la miran sin ombliguismo, que saben que hay mas monumentos que la Catedral o la Giralda, y que no por críticos son menos sevillanos; quizás todo lo contrario.

Por eso felicidades Sergio, ya tienes tu placa.

Leí el periódico bien entrada la tarde, después de todo un día de viajes, visitas y trabajo; un día bastante duro dentro de una semana y de un mes que están siendo difíciles. La dichosa crisis, el insoportable calor, el piso recién comprado y aún vacío, el ansia por tener todo el trabajo terminado antes de la llegada de las vacaciones… Una serie de factores que hacen que todo se ponga un poco cuesta arriba; tanto que apenas si tengo tiempo para dedicarme a mis cosas; tanto que incluso he llegado a plantearme la existencia de algunas de ellas, como este blog, en el que paso tantas horas de mi tiempo libre y que, aunque a veces es un desahogo y una válvula de escape bastante eficiente, en otras ocasiones se ha convertido en un sinsentido en el que no llego ni yo mismo a comprender por qué invierto parte de mi tiempo de ocio.

Por eso, cuando el viernes leí esa carta en el Correo firmada por Mercedes, la Gata Roma, con su felicitación final hacia mi persona, caí en la cuenta que todo esto ha merecido y, lo que es mejor aún, merece la pena.

Hace unos meses, en la entrevista que le hizo Híspalis, comenté que Teoría del Caos era uno de mis blogs de cabecera; hoy, por suerte, puedo decir algo más, bastante más, y es que es el blog de una amiga. Nada más y nada menos.

Y lo mejor es que también puedo decir lo mismo de muchos otros amigos con los que semana tras semana comparto pensamientos, sentimientos e inquietudes, ya sea en este blog o en cualquier otro. Ya digo, merece la pena.

Por eso, una vez mas y a riesgo de ser repetitivo, quiero daros las gracias a ti, Mercedes, y a todos los que leéis y comentáis en esta página.

9 de julio de 2008

Hasta siempre Falín

Habrán pasado ya unos veinte o veinticinco años; de la mano de mi padre, acudía a un auditorio a simple vista improvisado en el Prado de San Sebastián (un solar en aquella época) en el que venían celebrándose una serie de conciertos y espectáculos dentro de un certamen que durante bastante tiempo fue el motor cultural de la ciudad: Cita en Sevilla.

Desde B.B. King al legendario Silvio, pasando por Montserrat Caballé, Mecano, El Ultimo de la Fila o La Polla Records (hasta hace relativamente pocos años estuvo colgado el cartel del concierto (Excita en Sevilla se llamaba) en el horrible aplacado de azulejos verdes de la Facultad de Biología), un gran elenco de grupos y artistas pasaron por este recinto y otros que se encontraban esparcidos por la ciudad (como el solar de la Maestranza o los Jardines del Valle) en una antesala de lo que sería años mas tarde la Expo’92.

Nosotros íbamos a ver a Cantores de Híspalis.

Aunque sabía que iba a un concierto de música, mi primer concierto, el concierto del grupo que venía escuchando en casa desde que prácticamente era un bebé (evidentemente, por obra y gracia de mis santos progenitores, yo no es que tuviera en esa época criterio musical alguno (y cuando lo tuve deparó por otros derroteros…)), albergaba en mi interior la esperanza de que aparecieran en el escenario con Sultán (creo recordar que se llamaba así) un magnífico collie negro que según me había comentado mi madre habían rescatado de vagabundear por las calles. Nunca supe si era una mentira piadosa o si era realmente cierto, es más, hasta hoy no me había planteado la veracidad de la historia; al fin y al cabo, que mas da…

Pero no me pude salir con la mía; se ve que Sultán (o como se llamara) solo hacía acto de presencia en las actuaciones televisivas y no en conciertos en directo. Quizás habían adaptado a su música la máxima de Hitchcock de no rodar con animales ni niños (desde luego Pascual tenía arte para eso y para mas).

Del concierto poco mas recuerdo; supongo que no desentonaría con lo esperado, ya que no ha pasado al anecdotario familiar como algún que otro “espectáculo” de Camarón. Y es que ir a un concierto de Cantores de Híspalis era sin duda alguna apostar sobre seguro.

Siempre bajo la genialidad de Pascual González (¿para cuando pregonero…?), un tipo capaz de sacar unos versos del mismísimo Jorge Vestringe o de narrar los amores de dos gatos trianeros entre cubos de basura y espinas de boquerón, Cantores se convirtió en todo un referente de la música andaluza de los años 80, realizando una auténtica revolución en algunos géneros como, principalmente, las sevillanas.

Pero si Pascual era el motor, Juani, Falín y Jose Antonio eran la gasolina que echaba a andar este carrusel de la alegría. Sus voces, tanto solistas como de acompañamiento (siempre he considerado que el fuerte de Pascual, que como dije antes considero un genio, no era precisamente su voz), daban al grupo una personalidad única e inconfundible.

Quiero cruzar la bahía, Silencio, Llegó la Feria, Esa Mujer, Adelante, Yo quiero volver, Cantaré… son tantas las canciones, melodías y recuerdos que en este momento se agolpan en mi cabeza que apenas si logro poner en orden mis ideas.

De esta forma un servidor se fue criando, aunque su madre no le diera harina de maíz, entre juegos y canciones hoy desgraciadamente olvidadas como la onza y el tazón de manteca colorá y rodeado de gente güena para que no me faltara de ná.

Y así fueron pasando primaveras, esa época en que mi tierra se viste de costalera, de promesa y pasión. Tantas que Cantores se separaron: Falín se puso a hacer la guerra por su cuenta, Jose Antonio se embarcó en otros menesteres mientras los incombustibles Pascual y Juani se encargaban de mantener la llama viva gracias a Carlos y Mario.

Como reza en su web, “Desde sus inicios, 8 formaciones distintas con tan solo 6 cantores...

Sin embargo, todo cambió el pasado 30 de junio: uno de estos cantores se marchaba definitivamente del grupo. Un cáncer apagaba para siempre un pedazo de mi infancia, callaba los maullidos de Micifuz, silenciaba eternamente la fiesta de la primavera: Falín había muerto.

Ya únicamente estará en los recuerdos, en los viejos vinilos que esperan desde hace años un tocadiscos en la mesa del televisor y en el solo de corneta de Nazareno y Gitano, ese “ay Jesús, tú eres rey de los gitanos y de los payos del mundo que a tu lao caminamos” que este año será mas triste que nunca cuando el Señor de la Salud suba la Cuesta del Rosario.

Hasta siempre Falín en esta última chicotá por los caminos de Diós.

7 de julio de 2008

Kennedy nunca estuvo en Sevilla


"No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregunta qué puedes hacer tú por tu país"

Esta es una de las frases que dejaba para la historia John F. Kennedy en su discurso de toma de posesión del gobierno estadounidense el 20 de Enero de 1961. En ella se sintetizaba magistralmente el espíritu de una nación joven, competitiva y con ansias de comerse (en ocasiones literalmente) el mundo y todo lo que se pusiera por delante.

Kennedy sabía perfectamente que si su país quería conseguir algo no podían quedarse esperando a ver hacia donde soplaba el viento; al contrario, había que actuar, adaptarse a las circunstancias y, cuando fuera posible, manejarlas a su antojo. Pero claro, Kennedy había nacido en el número 83 de la calle Beals, en Massachussets y no en la calle San Luis.

Extrapolando las palabras del trágicamente finado presidente americano a la realidad de nuestra ciudad, uno se da cuenta de que el bueno de Kennedy nunca aterrizó en el aeropuerto de San Pablo, ni tan siquiera se acercó. Y es que seguro que habría cambiado rápidamente de opinión si se hubiera dado un paseo por la calle Betis

Monarquía absoluta, república, dictadura, democracia… los históricos problemas hispalenses suelen ser siempre los mismos y lo peor de todo, se solucionan tarde y mal (si se solucionan): vivienda, infraestructuras, transportes; Sevilla mira al futuro con años de retraso y sin que veinticuatros, cabildos, asistentes, gobernadores o alcaldes hagan ni sepan hacer nada para remediarlo, entre otras cosas porque tampoco se estila mucho por aquí el protestar y mucho menos el exigir. Y es que aunque no se invierta un duro, aunque no se asfalte una sola calle ni siquiera para cubrir el expediente, aunque nadie haga nada por la ciudad mas allá de lo estrictamente necesario, el sevillano siempre estará situado en el ombligo del mundo por el simple hecho de vivir en Sevilla. Sólo con ver que todo está en orden y que se puede seguir sacando pecho nos damos por satisfechos.

Para mas INRI tenemos la desgracia (bendita desgracia…) de que son muy pocos los ingredientes necesarios para que la ciudad de al sevillano un motivo por el que pueda sentirse orgulloso; solo con Giralda, Torre del Oro y una orilla opuesta desde la que hacer el retrato, Sevilla lleva vendiéndose desde hace mas de 800 años, cuando por las inmensas llanuras norteamericanas solo corrían búfalos o sioux en taparrabos y el bisabuelo de Kennedy pasaba frío en las montañas irlandesas.

Vista de Sevilla atribuida a Sánchez-Coello (s. XVI)

Desde el siglo de Oro hasta nuestros días, grabados, óleos, acuarelas, daguerrotipos, cámaras de fotos y móviles de última generación han plasmado la que sea posiblemente la imagen mas universal de la Sevilla Eterna, esa que ha vivido el monopolio comercial de las Indias, la terrible peste del XVII, los desvalijamientos del mariscal Soult o el sueño de la Expo’92.

De Pedro de Medina a las hordas de turistas que invaden la ciudad en estos meses veraniegos, pasando por Johannes Janssonius, Alonso Sánchez Coello, Pedro Tortolero, Richard Ford o J. Laurent, la ciudad ha sido sistemáticamente retratada desde la margen trianera del Guadalquivir. Navíos cargados de riquezas, arenales intransitables, el nacimiento y crecimiento de los arrabales ribereños de Cestería, Arenal o de los Humeros, los primeros pasos de la plaza de toros, las históricas murallas (y el derribo de éstas), el ramal del tren que unía Plaza de Armas con el Puerto, el paseo de las Delicias… la historia de la ciudad pasa por cada uno de estos retratos, por las manos de estos artistas, por la otra orilla, la de la calle Betis, en definitiva.

Pero los tiempos cambian, y en estos días en que una imagen vale mas que mil palabras, que setecientas mil personas y que 800 años de historia, el enclave mágico en que los pintores barrocos ubicaban sus lienzos o el vizconde Vigier clavaba el trípode de su máquina fotográfica ha ido desapareciendo casi sin darnos cuenta, de tal forma que si hoy queremos obtener una instantánea de esa Sevilla Eterna no tenemos mas remedio que tomarnos una cerveza en una de las terrazas que copan la antaño fotogénica orilla de la calle Betis.

Vista de Sevilla que tendría hoy Sánchez-Coello desde el mismo sitio

Y es que toda la margen del río cercana al Puente de San Telmo, ese punto desde el que Giralda y Torre del Oro se funden en un mismo encuadre, está hoy día ocupada por bares y restaurantes que desgraciadamente hacen que como mucho podamos obtener una instantánea a través de sus cristales o previo pago de una consumición en el interior del establecimiento.

No se si es triste, cruel o gracioso, pero es mas fácil hoy día ver la imagen que durante tantos siglos se ha convertido en icono de nuestra ciudad en un cuadro del siglo XVIII que con nuestros propios ojos, por muy ridículo que parezca. Y nadie dice nada…

Al menos, podían haberse traído a Kennedy de Erasmus un añito, quizás se nos habría pegado algo…